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EL CAPITÁN RIVER

Ahora que nadie ni siquiera recuerda haberla olvidado, es tiempo de hablar un poco acerca de una vieja historieta argentina. En qué medio era publicada es para mí una incógnita, como así también el o los autores y hasta la mayoría de las historias. Dicho todo esto, ustedes podrán sorprenderse de que haya alguna cosa que yo conozca; puede que baste decir que, tal vez convenientemente, a los viejos manuscritos que menta la literatura siempre les faltan páginas; permítanme extraer, del arcón de mis olvidos, uno de mis preferidos.

En la tira inicial, Angel Amadeo Norberto Osvaldo Carrizo (tal el nombre del Clark Kent en cuestión), secretario del presidente del Club Atlético Boca Juniors, comete un error con la agenda del directivo (un empresario con un sentido del humor que, de tan sutil, parece inexistente) y es degradado a la condición de controlador del acceso a la Bombonera. Un domingo en el que se disputa el superclásico, es atropellado por parte de la parcialidad local, que quiere entrar sin pagar entrada. Llevado a la enfermería del estadio, le aplican una inyección para prevenir una posible infección, dado que tiene un ligero corte sobre una ceja. Pero la droga que le administran está vencida, o algo así, y entonces le acomete una fiebre muy alta. Delira, y en su delirio, vive una y otra vez el relato de una transmisión radial que se escuchaba en la enfermería, referida al partido que se disputaba en la cancha. Como un disco rayado, su mente revive circularmente el momento en el que el arquero de Boca, Antonio Roma, le ataja un tiro penal al riverplatense Delem, poco menos que tirándose a los pies del brasileño, ante la pasividad del árbitro Nai Foino. Boca ganó ese encuentro 1-0, con lo que prácticamente sentenció el campeonato a su favor.

Ya en el hospital, adonde fue derivado esa noche, se le aparecen los Cinco Magníficos Millonarios, quienes le prometen sacarlo del paso, con la condición de que se convierta en una especie de vengador riverplatense, eso sí, dándole todos los poderes necesarios para desarrollar esa tarea. Del hospital es llevado al Monumental de Núñez y, en el centro del semicírculo del área que da espaldas al Río de la Plata, recibiendo la brisa del estuario que se cuela por el lado abierto de la "herradura" que era entonces el estadio, es investido como el Capitán River, con los dones que le ceden los Cinco Magníficos: la potencia del Charro Moreno, la inteligencia de Adolfo Pedernera, la capacidad para derogar la ley de gravedad de Amadeo Carrizo, la inverosímil facilidad para escurrirse de Félix Loustau y la facultad de aparecer donde menos se lo espera de Angel Labruna. En medio de relámpagos y truenos, aparece el Capitán River, con vestimenta tipo Superman (con capa y todo) y con una banda color sangre cruzándole el pecho. Roja la capa, la banda, el slip o lo que fuere y las botas; blanco el resto de su indumentaria. Le advierten que se cuide de una especie de kriptonita, la boquerita, que abunda en los establos y debajo de la cancha de Boca, y le piden que defienda la justicia, la libertad y la belleza, y además, claro, la divisa albirroja. Luego, los Cinco se esfuman, y Angel Carrizo vuelve a su casa, feliz de tener una misión que cumplir.

Releo lo escrito y noto algunas rarezas. El partido referido ocurrió cuando ya se había cerrado el anillo del Monumental; no estoy seguro de si la potencia era representada por el Charro o por Bernabé Ferreyra, la Fiera, el Mortero de Rufino; tampoco sé si era una historieta que salía en un diario o una revista, o si era un álbum de figuritas. Pero sigamos adelante.

Como todo superhéroe, combatía a delincuentes y colaboraba con la justicia; pero en cada capítulo tenía ocasión de enfrentar a algún contrincante menos siniestro. Recuerdo a Súper Boca (un genovés que lanzaba pizzas voladoras, sabrosas y letales), archirrival del Capitán River. También estaba el Profesor Racing, un científico loco que vivía en el sótano de la Academia de Medicina; el Gaucho Lorenzo, siempre acompañado por su cuervo Almagro; el Independiablo, cuyo número era el 666; Patricio, que siempre escapaba en su globo Huracán; el Doctor Pincharrata; Colón, el Gran Almirante, en su Kaiser Carabella, etc. En una aventura, todos unieron fuerzas y se fundieron en uno, el Gaucho de las Pampas, que enfrentó a Joâo Café, al Guapo Oriental, a John Bull El Inglés, al Oso Iván, con resultados variables.

Angel Carrizo tenía su Luisa Lane, la bella Diana, que era hija del Gaucho Lorenzo. Angel decía que ella era "santa de día, matadora de noche".

El dibujo en sí no se alejaba mucho de sus (evidentes) modelos estadounidenses, Superman o Dick Tracy. Creo entrever cierto humor, en el diseño de los personajes, en las líneas argumentales, que debía lo suyo a la gloriosamente naif serie televisiva Batman.

Algo del inocente divague de la historieta perduró en "Titanes en el Ring", otro gran producto kitsch de los años sesenta.

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