Reseña crítica: Fernando de Arellano (Hugo), adusto, viril y silencioso. Aristócrata y caballero. Amante. Su esposa Blanca (Laura Hidalgo) sufre una enfermedad terminal. Pero para evitar amargar a su feliz cónyuge, ella guarda el secreto que solo conoce el médico y la leal ama de llaves (Ricardo Galache y Gloria Ferrandiz, respectivamente). Una memorable noche de fiesta, Blanca colapsa y muere. A pesar de no sentir deseos de vivir, el viudo Fernando decide viajar para olvidar. En un cabaret parisino presencia el acto del lanzador de cuchillos (Eduardo Rudy) cuya asistente, Mónica, es idéntica a la amada fallecida. Fernando concerta algunas citas y cosecha veloz simpatía de la poco cultivada pero hermosa Mónica. Pero claro, el lanzador es un rufián buscado por la policía y solo accede a permitir que su asistente se marche del acto a cambio de una abultada suma de dinero. La flamante pareja marcha a la mansión Arellano, donde es recibida por toda la servidumbre. Físicamente, Mónica es la Sra. Blanca vuelta a la vida. Pero su personalidad es casi opuesta a la de la finada. Así que para fomentar la ilusión, Fernando deja órdenes de bajar la intensidad de las luces de gas de toda la casa. ¿Cuánto puede mantenerse el equilibrio de una pareja en ese mar de sargazos de quietud enfermiza e inestable? ¿Y cuánto tardará en caer la inexorable amenaza del lanzador traicionado y denunciado a la policía? Bajo esquemas narrativos propios del melodrama, Hugo ofrece una lección de cine que sirve como salida de la cruenta realidad que se vivía durante la época del rodaje (Hugo, acérrimo peronista, había sido denunciado y encarcelado tras la Revolución Libertadora). El clima fantástico que aporta la puesta en escena desde lo visual, las actuaciones de los protagonistas, desde la sobriedad y apostura de Hugo a la acertada dualidad de Laura Hidalgo y el mesurado pero fatídico trámite narrativo son tres elementos fundamentales que consagran tal vez la mejor película de su realizador. El hipnótico contrapunto sonoro, el famoso Gran Vals Brillante de Chopin, va subrayando la paulatina caída del protagonista en un espiral que cree ser de olvido y esperanza pero que en verdad se trata de... necrofilia. Se ha dicho que VERTIGO (De Entre los Muertos: Vértigo-1958) de Hitchcock, mantiene sorprendentes coincidencias. Se ha tratado de establecer que ambos films se basan en obras literarias similares, primero "Bruges-la-Morte" (1892), novela simbolista de Georges Rodenbach y más tarde el policial "D'Entre les Morts" (1954) de la dupla Boileau-Narcejac. Sin embargo, ambas novelas y ambos films toman el hecho esencial -profundamente humano- de querer recuperar la felicidad del pasado moldeando a quienes nos rodean a imagen y semejanza de esas personas que se ausentaron para siempre de nuestro presente. [Cinefania.com]
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