Reseña crítica: Ohe Shundei fue un artista del pincel que, durante la dinastía Meiji, se especializó en retratar geishas atadas y torturadas. La leyenda dice que la expresividad plástica de sus obras estaba respaldada en que verdaderamente sometía a sus modelos. Una de ellas, ahora mayor (Yumi Yoshiyuki), encarga al restaurador Fuyika (Hiroyuki Sanada) que haga reproducciones de una serie de dibujos de Shundei. Estando en plena crisis de fines de la década del veinte, los yenes son bien recibidos por Fuyika, que cumple con el encargo y, sin que la patrona lo sepa, realiza dos juegos de copias quemando los invaluables originales. Entusiasmada por la labor, la clienta encarga dos nuevas desafiantes falsificaciones: una serie de retratos de los que no posee ningún original, pero confía en él ya que tras un mes de incansable faena "el espíritu de Shundei" debe estar habitando la mano del joven artista. Para esta nueva labor el artista cuenta con una modelo viva a la que, tras incontables horas de trabajo, no consigue sacarle un solo boceto valioso. Desalentado, comienza a observarse a si mismo al espejo así que, peluca y atuendo de por medio, se disfraza él mismo de geisha, consiguiendo las poses y los bocetos deseados. Pero en su afán narcisista, a todas las mujeres de la serie de retratos les pinta un sutil pero notorio lunarcito cerca del mentón... un rasgo facial del propio artista. Poco después acude a la casa de su clienta, en la calle Dangozaka y la asesina. Tras una hora de metraje aparece en escena el sagaz detective Kogoro Akechi (Kyusaku Shimada), aquí retirado y vuelto a la acción para dar una mano al inspector de turno (Ittoku Kishibe) a resolver el misterioso caso. Luego de asistir a una notable prueba psicológica en que a dos sospechosos se le hacen escuchar palabras puntuales y ellos deben responder con lo primero que les venga a la mente, Akechi encuentra un detalle entre las respuestas del pintor que podría implicarlo en el asesinato. La resolución surgirá a través de un breve pero intenso careo entre detective y sospechoso. Antes de llegar a este desenlace, el film nos depara incontables secuencias de torturas a geishas que se quejan pero que en el fondo confiesan que les gusta y la morbosa evolución del artista que, descubriéndose a si mismo, ingresa en un camino sin retorno. Hay un trasfondo ilógico en todo esto: la clienta encarga copias de sus originales porque dice que debido a la crisis los precios del arte han subido. ¿Pero qué ganaría con vender falsificaciones si luego no podría blanquear sus originales ocultos? Es en las secuencias de creación (o recreación) que el film brilla, con detallados planos en que se alcanza a percibir las grietas del papel y la textura de los colores, todo climatizado por una banda sonora vanguardista y por una acertada puesta en escena de época. [Cinefania.com]
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