Reseña crítica: A pesar de venir eludidendo las pesquisas de Scotland Yard, el "Ladrón Caballero" Raffles (Ronald Colman) se enamora de Lady Gwen (Kay Francis) y, cuando esta le corresponde, decide reformarse y dejar el mal hábito de aligerar los bolsillos de potentados y ricachones varios. Sin embargo, cuando su amigo de toda la vida Bunny (Bramwell Fletcher), acosado por una deuda de juego, intenta suicidarse, Raffles le propone conseguir las mil libras que necesita para cubrir el temible cheque sin fondos. Para ello dispone de un fin de semana de plazo y... volver a las andadas tras el valioso collar de diamantes de Lady Melrose (Alison Skipworth), una dama de sociedad fascinada por Raffles. En la mansión de Lord Melrose (Frederick Kerr), todo está en calma hasta que, enfundado en una capa holmesiana, llega el inspector McKenzie (un acertado David Torrence) para prevenir el peligro de un nuevo golpe del Ladrón Caballero. A pesar de un moderno sistema de alarma que se dispara con la mera apertura de una ventana, el ladronzuelo Crawshaw (John Rogers) se infiltra en la mansión pero cuando trata de marcharse es interceptado por Raffles que le ofrece dejarlo ir a condición que le entregue el botín. Con el inspector despierto y recorriendo la casa, Crawshaw es atrapado y antes de ser llevado por la policía, amenaza a Raffles con regresar para vengarse. Cuando Lady Melrose se percata que su joya ha desaparecido, McKenzie opta por no registrar a los presentes y permite que los invitados puedan retirarse a sus hogares. Claro que ordena vigilar a Raffles que anuncia tener que partir a Londres para atender asuntos urgentes. La cándida Gwen sospecha y, a pesar que su prometido no le explica del todo el complejo cuadro de situación, decide ir tras él para advertirle que McKenzie le tenderá una trampa. En Londres, Crawshaw es liberado y la policía, asumiendo que "un ladrón nos guiará a otro ladrón", lo sigue al domicilio de Raffles. En medio de la niebla, McKenzie acude al estático desenlace de cuarto cerrado que, a pesar del sonido y la pinta de Ronald Colman, sigue sin superar la versión barrymoreana de 1917. Es que el veterano George Fitzmaurice, especialista en suntuosas producciones de Samuel Goldwyn, intenta infructuosamente evadir el cerco teatral en que se basa la trama ofreciendo algunas secuencias urbanas, exteriores con partidos de cricket y valiosos travellings en interiores, pero sin imprimir a sus personajes conflictos morales de relieve o argumentos acerca del robo por motivos elevados que habrían dotado de interés sus conductas. De hecho, en la primera secuencia, Raffles sustrae una pulsera de la caja fuerte de una joyería solo para obsequiar e impresionar a su amada. La trama misma está simplificada: la relación unidimensional con Bunny y con Gwen; la ausencia del personaje de la Sra. Vidal (antigua enamorada de Raffles que conoce su secreto y puede llevarlo a la perdición); las apuestas entre Raffles y el inspector desterradas; incluso la dialéctica de distracción a Crawshaw sobre la pena capital resulta pueril. ¿Podrá la madurez en el nuevo medio sonoro afianzar esta trama en la pantalla? La única chance de responder esa pregunta es corroborarlo con RAFFLES (Raffles-1939), remake casi escena por escena que Samuel Goldwyn producirá casi una década más tarde. [Cinefania.com]
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