Reseña crítica: Noche de tormenta, ventiscas y sombras. En el nro. 17 de una determinada calle se levanta una casona que está "en venta o alquiler". Un joven (John Stuart), atraído por unas fantasmagóricas luces, comienza a recorrer los pasillos y subir escalones. Primero se topa con el vagabundo Ben (el comediante Leon M. Lion, también productor del film), deambulando en busca de algo de valor. Luego ambos se topan con un aparente cadáver (Henry Caine) en el rellano de la escalera. Y más tarde una chica (Ann Casson), que les cae literalmente del tejado. A continuación ingresan a escena (y bien dicho, ya que se trata de una adaptación de la obra teatral de J. Jefferson Farjeon, luego novelizada) una pareja (Donald Calthrop y Anne Grey) y un supuesto sobrino (Barry Jones), todos los cuales actúan de manera sospechosa y terminan por apresar a punta de pistola al disparejo trío. Más tarde aparece el último cómplice, el bravucón Sheldrake (Garry Marsh). El plan es utilizar la casa como aguantadero hasta poder abordar un ferrocarril que transporta unas valiosas mercancías de Inglaterra al Continente. Hay idas y vueltas, sospechas, el cadáver desaparece y (hasta el último minuto) personajes que se hacen pasar por otros, añadiendo una cuota de intriga a un relato que el futuro Maestro del Suspenso tornará excusa para uno de sus habituales desafíos en el campo técnico. El protagonista no logra abordar el tren donde se infiltran los pillos, así que toma a punta de pistola un autobús (uno de cuyos aterrados pasajeros es, atención al ojo avizor, el propio Hitchcock) y lo hace conducir a toda velocidad para alcanzar el convoy. Desde luego las secuencias del autobús corriendo cabeza a cabeza con el tren - y en un punto, rebasándolo en un peligroso cruce - son miniaturas inusuales para el cine británico de esa época; el antecedente más fresco, la wallaciana THE WRECKER (1929), había ofrecido un pasmoso descarrilamiento real en un clímax de catástrofe. En este caso, Hitchcock balancea una primera mitad teatral y dialogada con esta asombrosa persecución en que, reitero, brillan unas miniaturas que - vistas en su época - estaban a la altura de las mejores que se fabricarían en Hollywood y las haría la Warner pero... solo a partir de fines de la década del '30. Entre uno y otro extremo, tenemos una sabrosa y excitantemente sonorizada pelea a trompadas entre Ackroyd y Sheldrake; la caída del protagonista y la chica, atados a la baranda, por el hueco de la escalera; y varias secuencias de dobles transitando por vagones en movimiento (¡y reales!). Explorada como curiosidad, los arqueo-aficionados al Maestro se encontrarán con un film atípico que, tal como la obra en que se basaba, no es un whodunit ni un thriller sino una amalgama extraña con incontables pasos de comedia pero también una exploración quirúrgida de fetiches cinematográficos o la violencia por la violencia misma. Aceptarla como una precoz perla en su valiosa filmografía sonora requerirá visionar unos cuantos films británicos de esa época para poner establecer un juicio crítico justo. [Cinefania.com]
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